La parábola del erizo: El secreto es no estar ni tan cerca, ni tan lejos de tu pareja

La parábola del erizo podría explicarse con un caso concreto. En una consulta con la psicóloga Deborah Luepnitz, una paciente expresó su conflicto interno: «Cuando no hay un hombre en mi vida, me siento vacía e indigna de ser amada, y casi no disfruto de nada. Cuando me acerco a un hombre, me siento asfixiada…».

De acuerdo con un reportaje de BBC Mundo, Luepnitz decidió compartir una parábola que inspiró el título de su libro «Los erizos de Schopenhauer: la intimidad y sus dilemas». La paciente, como muchos otros con problemas similares, encontró esta historia «reconfortante».

Sin embargo, el origen de esta parábola no proviene de un autor reconfortante, sino de Arthur Schopenhauer, conocido como «el filósofo del pesimismo». Este pensador alemán del siglo XIX se destacó por su crítica radical a las ideas dominantes de su tiempo, llegando a calificar al renombrado filósofo Georg Hegel como un charlatán.

La idea central de Schopenhauer giraba en torno a la «voluntad», un impulso incesante que nos mueve a vivir, pero que para él no era algo positivo. Según Schopenhauer, somos esclavos de esta voluntad, que nos deja atrapados en un ciclo interminable de sufrimiento y aburrimiento. Para él, la única salida de esta tiranía se encontraba en el arte, especialmente en la música.

La parábola del erizo

El dilema del erizo aparece en la obra «Parerga y Paralipómena», publicada en 1851. Esta fue la última obra de Schopenhauer y la que le otorgó el reconocimiento que tanto había anhelado. En ella, el filósofo presenta la siguiente parábola:

«En un día helado de invierno, varios erizos se acercaron entre sí para evitar congelarse. Sin embargo, pronto sintieron el dolor causado por las púas de los demás, lo que los obligó a separarse nuevamente. Pero la necesidad de calor los llevó a acercarse una vez más, repitiendo el ciclo hasta que encontraron la distancia adecuada para tolerarse mutuamente».

Aunque esta parábola podría parecer un cuento para niños, encapsula la complejidad de las relaciones humanas. La historia refleja cómo la vulnerabilidad es esencial para construir relaciones profundas y satisfactorias, aunque también aumenta el riesgo de sufrir.

Angelique Boyer y Sebastián Rulli revelaron que no viven en la misma casa y que ese es el secreto de su relación (foto:Instagram @sebastianrulli)

Schopenhauer argumentaba que la vida social nos obliga a buscar compañía para llenar el vacío y la monotonía, pero al mismo tiempo, las diferencias y conflictos nos alejan. La solución, según él, es encontrar una «distancia prudente» que permita disfrutar de la compañía sin causar dolor.

La parábola del erizo no tiene nada que ver con el llamado orbiting, pero sí deja claro que la mejor relación no es aquella que une a personas perfectas, sino aquella en que cada individuo aprende a vivir con los defectos de los demás y admirar sus cualidades.

La influencia de la parábola

A pesar de su tono pesimista, la parábola del erizo resonó con muchos, incluyendo a Sigmund Freud, quien la popularizó en su obra «Psicología de grupo y análisis del yo». Freud utilizó la parábola para ilustrar la «ambivalencia de los sentimientos» en las relaciones a largo plazo, donde el amor y el odio están intrínsecamente entrelazados.

La parábola ha sido utilizada en estudios sobre las relaciones interpersonales y en terapias psicológicas para abordar los desafíos de la intimidad. También ha aparecido en la cultura popular, como en la serie de anime «Neon Genesis Evangelion», donde el personaje principal, Shinji Ikari, lucha con la tendencia de alejarse de los demás para evitar ser herido.

Para Schopenhauer, la solución a este dilema radicaba en el desarrollo del intelecto y la apreciación del arte, que permitían a una persona encontrar satisfacción en la soledad. En sus últimos años, aunque recibió el reconocimiento que siempre deseó, nunca encontró el éxito en el amor humano, sino en la compañía de sus perros, seres menos espinosos que los humanos.

Schopenhauer falleció en 1860, a los 72 años, dejando un legado filosófico que sigue resonando en la exploración de las relaciones humanas y sus dilemas.

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