“Me he propuesto establecer un sistema simple y directo de comunicación a través del color, donde el espectador descubra y constate sus posibilidades y limitaciones”, decía el artísta Carlos Cruz Díaz, sin tener plena conciencia de que ya lo había logrado; de que incluso, a tres años de su muerte seguiría siendo el gran responsable del color que danza por Caracas, sus calles, autopistas, espacios públicos. Pero sobre todo, que el suyo sería el paso más contundente del cromocinetismo en América y el mundo.
El artista
El artista nació en Caracas el 17 de agosto de 1923, sin saber quizás que esa ciudad de contrastes, indomable y noble, caótica y serena, se convertiría unos años después en su gran lienzo.
Que se dedicara al arte no fue casualidad. Su abuelo fue farmacéutico y poeta, y su padre instauró una fábrica de botellas que conjugaron el escenario perfecto para que un artista perciba las maravillas del color que baila en los vidrios, a través de las luces, sombras, reflejos y tonos.
En 1960, convencido de lo que quería hacer por el resto de su vida, se va a París, donde vivió hasta el día de su muerte el 27 de julio de 2019; en la ciudad europea se graduó en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas, donde tuvo su primer acercamiento con el color en movimiento que trasciende tiempo y espacio.
Además de artista, el caraqueño era un pensador. “Siempre decía que el aire está coloreado, solo que nos enseñaron a no verlo”, dijo su hijo Carlos Cruz Diez Jr, al periodista Rafa Rodríguez del diario El País de España.
Cruz Diez Jr consideró además que, “en su obra culminan el descubrimiento de la movilidad cromática de los impresionistas, la exploración del espacio de los constructivistas, las estrategias perceptivas impulsadas por Josef Albers desde la Bauhaus y la liberación de cualquier contexto objetivo de los expresionistas abstractos”, posición con la que coinciden los expertos.
Obras
La región capital de Venezuela fue el gran lienzo de Cruz Diez, y “Ambientación de color aditivo”, ubicada en el eropuerto internacional Simón Bolívar, es quizás la más reconocida y sin duda la más fotografiada para quien quiere ilustrar su entrada o salida al país.
Pero la obra completa es mucho más que el piso, y ocupa 2.608 metros cuadrados, incluyendo las paredes del corredor de espera y los salones de boletería de las líneas aéreas, en un estilo denominado “ambientación cromática” que repitió en el edificio ABA (1975), el Banco de Comercio (1975), la Compañía Venezolana de Navegación (1984), el Banco Provincial (1985). A estas obras se les suman el Muro de color aditivo en el Río Guaire (1975) y la Permutación de color aditivo de Corp Group (1983).
Sus creaciones también están en Plaza Venezuela, la sala Simón Bolívar del Centro de Acción Social por la Música, la Torre Phelps (1967), el antiguo Ministerio de Relaciones Exteriores (1973) La Silsa (1974) y el Banco Venezolano de Crédito (1983), donde se distribuyen alrededor de 28 obras del maestro.
Además, su trabajo abarcó ocho investigaciones, y su creaciones se mostraron en escenarios tan conocidos como el Museo de Arte Moderno (Moma) de Nueva York, la Galería Buchholz de Madrid, Stedelijk Museum de Amsterdam, boulevard Saint- Germain en París, The Museum of Fine Arts, Houston, entre muchos otros.
Carlos Cruz Diez también publicó dos libros, el primero “Reflexión sobre el color” en 1989 y “Vivir en Arte, recuerdos de lo que me acuerdo” que presentó en París en el año 2014, misma ciudad donde dió su último suspiro cinco años más tarde.
“El color está ocurriendo, haciéndose y deshaciéndose ante nuestros ojos y por nuestros propios medios. No genera historia, no hay pasado, no hay futuro, solo presente. Lo percibido fue un instante del que no queda memoria” decía el maestro, quien en contraste a su teoría, marcó un antes y un después, más allá del presente.
