Decir una mala palabra cuando se es joven es sinónimo de un regaño seguro, porque muchas veces se asocia con la carencia de un vocabulario fluido, poco respeto o con poco autocontrol, propio de la impulsividad de los adolescentes.
Sin embargo, algunos estudios demuestran que esto no es del todo cierto: las maldiciones no solamente pueden evidenciar un extenso léxico, sino que trae múltiples beneficios para quien las emite.
Supervivencia y pertenencia a través de las malas palabras
“Los beneficios de maldecir acaban de salir en las últimas dos décadas, como resultado de muchas investigaciones sobre el cerebro y las emociones, junto con una tecnología mucho mejor para estudiar la anatomía del cerebro”, dijo Timothy Jay, profesor emérito de psicología en el Massachusetts College of Liberal Arts.
Con esta información coinciden otros estudios, que sugieren que las malas palabras se podrían alojar en áreas del cerebro diferentes que el resto del lenguaje, específicamente en el sistema límbico, lo que explicaría que muchas personas con problemas asociados a la memoria, sigan recordando maldiciones sobre otras expresiones.
Detallan científicos que esto se puede traducir incluso en un asunto de supervivencia, ya que las malas palabras podrían impulsar la acción de “luchar o huir”.
También puede ser un atenuante del dolor, como expone el medio BBC, que cita a varios estudios en los que las personas manifestaron sentir menos impacto físico cuando decían malas palabras, mientras tenían la mano en agua helada.
“Vocalizar una palabrota conduce a una mayor tolerancia y un mayor umbral del dolor en comparación con las palabras neutras” resalta el artículo, en el que incluso se asegura que algunas personas han demostrado mayor fuerza física después de maldecir.
“El mensaje principal es que decir palabrotas te ayuda a sobrellevar el dolor”, concluyó Richard Stephens, autor y profesor de la Universidad de Keele en Staffordshire, Inglaterra, además de director del Laboratorio de Investigación de Psicobiología de ese instituto.
Por si fuera poco, investigaciones destacan que las groserías pueden reforzar los vínculos interpersonales, ya que su función no se limita a los insultos, sino que pueden ser utilizadas para solidificar la camaradería e impulsar la confianza en los pares. Incluso pueden ayudar a reforzar los lazos de identidad y pertenencia, ya que en las expresiones también está el código que identifica a los grupos.
La nostalgia de mejores momentos
Aunque no hay resultados concluyentes, muchos investigadores sugieren que las palabrotas pueden ser el recuerdo de mejores épocas vividas, y esto quizás sea parte de la satisfacción que se siente cuando se está maldiciendo.
Se sabe que en el momento en el que se dicen más malas palabras por frase, es durante la adolescencia, es por eso que repetirlas puede llevar a la persona a revivir esa época como lo hace la música, o algunos olores.
“La nostalgia, esa emoción de color sepia, no nos ancla al pasado, como podríamos pensar, sino que de hecho puede servir para subirnos el ánimo y aumentar nuestra vitalidad” escribió la psiquiatra y psicoterapeuta, Anabel Gonzalez, para el diario La Vanguardia.
Sin embargo, los expertos advierten que, conforme se han ido normalizando, las groserías podrían perder el poder de llevar a las personas a momentos en los que fueron felices, servir como alivio al dolor, y reforzar las relaciones interpersonales.
Las ‘palabrotas’ están relacionadas con la honestidad y creatividad
Para Emma Byrne, autora del bestseller “Maldecir es bueno para ti”, decir palabrotas es símbolo de creatividad ya que se relaciona con la emotividad, los sentimientos y el hemisferio derecho, conocido como “cerebro creativo”.
“Las reprimendas de la infancia, las palabrotas y los términos cariñosos: las palabras con un fuerte contenido emocional que se aprenden temprano tienden a conservarse en el cerebro incluso cuando se pierde todo el resto de nuestro lenguaje” explica la especialista.
Además, un estudio publicado en el año 2017, citado por CNN, demostró que las personas que maldicen con frecuencia, suelen ser más honestas que aquellas que se cohíben de hacerlo.
Sin embargo, los especialistas insisten en que no se trata de una forma matemática que debe ser tomada de manera literal: “los hallazgos no deben interpretarse en el sentido de que cuanto más una persona use blasfemias, es menos probable que participe en actos inmorales más graves o comportamientos poco éticos” subrayan.
Pese a todos los beneficios que pueden traer las malas palabras, investigadores insisten en que antes de usarlas es necesario tener en cuenta los entornos, y no olvidar el autocontrol, respeto y tolerancia como valores fundamentales para reforzar el vínculo entre los pares.