Cuatro oficios olvidados que arrasó la tecnología

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Desde el inicio de los tiempos muchos oficios se extinguieron por la continua innovación que ha traído cada época. La edad de piedra no se terminó porque se acabaron las piedras sino porque la humanidad fue evolucionando en busca de mejoras para simplificar los procesos en la cotidianidad de sus vidas. ¿Hay oficios que están en peligro de extinción?

A finales del siglo XX disfrutamos la llegada del internet, una red global de redes de ordenadores cuya finalidad es permitir el intercambio libre de información entre todos sus usuarios en todo el mundo. Esta invención dejó atrás engorrosos procedimientos y con ello, numerosas pérdidas de empleos.

En la actualidad presenciamos el fallecimiento de los videoclubes, como Blockbuster, que llegó a tener hasta 9.000 tiendas abiertas en todo el mundo; un increíble imperio a base de disponer de un extenso catálogo de películas aunque con la llegada de las plataformas de streaming, su oferta quedó obsoleta.

Un relojero, un sombrerero, un filatelista y un afilador de cuchillos nos cuentan cómo luchan contra las nuevas generaciones: así lo recogió en unas entrevistas el medio informativo TN.

  1. Pedro Narduzzi, el relojero

A los 10 años Narduzzi se enamoró de las agujas. En aquella época su mamá lo mandaba a una peluquería del barrio porteño de Almagro a charlar con Don Ramiro, un hombre grande que, dentro del negocio, tenía una cabina de vidrio donde reparaba relojes. Ahí fue el flechazo.

Por sus manos pasó uno de los relojes más pequeños del mundo -pesaba apenas un gramo- y el último reloj que reparó es el de una iglesia de Mercedes que pesa 500 kilos. Con 81 años, dedicó la mitad de su vida a la relojería. Empezó con un pequeño taller en Ramos Mejía y trabajó para las fábricas de relojes más importantes del mundo (Omega y Rolex).

Narduzzi ve a los relojes como “obras de arte de la mecánica que funcionan solos” y los señala como “una escultura en movimiento”. “La relojería es un oficio maravilloso. Yo lo tomé como un hijo, lo agarré y no lo solté más”, agregó.

Hoy se dedica solamente a relojes antiguos, de péndulos. “Tengo clientes que no me quieren dejar porque hace años que le mantengo su reloj, pero lo hago más tranquilo. También le hago piezas a colegas o engranajes porque tengo todas las máquinas para fábricas que necesito”, contó.

“En la parte electrónica la superación fue tremenda, consiguieron precisiones que un reloj mecánico es muy difícil que lo dé. Pero el encanto que tiene un reloj mecánico no lo tiene el electrónico” concluyó.

  1. Rolando Carreón, el sombrerero

Carreón lleva una vida detrás de los hilos, el cuero y los moldes. Su relación con los sombreros va más allá de los 66 años que tiene. Su padre, hijo de españoles, aprendió el oficio en Mendoza, Argentina, hace 90 años.

“Trabajo desde que tengo 12 años. Aprendí el oficio sentado en la máquina cosiendo con mi mamá. En 1990 me dediqué exclusivamente a fabricar sombreros”.

Los años le fueron dando mañas y reconocimiento en la provincia cuyana, hasta que su empresa se convirtió en una eminencia. “Los sombreros se hacen de una sola manera: a mano, sobre moldes de madera, vapor y plancha. Esto es así, acá y en cualquier parte del mundo”.

Su trabajo requiere de gran paciencia y ese es uno de los motivos por los que cayeron las ventas. “Un sombrero tiene entre 34 y 46 horas de trabajo y, depende el sombrero, los tiempos de secado son de entre 4 y 7 días”, explicó Rolando.

El auge de los sombreros se apagó y hoy Rolando trata que su taller sobreviva. El paso de la moda, el cambio de paradigma sobre este artículo y las crisis económicas dejaron a “Sombrerería Carreón” contra las cuerdas. Pasó de vender sombreros, gorros y boinas, a apenas arreglarlos.

“La gente tiene la intención, pero no el dinero. Tengo trabajo para un mes o un año más, pero la situación es crítica”, concluyó.

  1. Walter Martín, el Filatelista

Walter Martín lleva 40 años coleccionando estampillas y más de 20 trabajando exclusivamente como filatelista. Desde los 9 años que se relacionó con la filatelia, ya que en su colegio lo tenía como una materia extraprogramática. Primero fueron cartas, luego alguna que otra estampilla, y de repente se encontró a los 16 años intercambiando colecciones en el Parque Rivadavia.

Pocos años después su criterio filatélico fue mutando y se adentró en el mundo de las estampillas argentinas. Así es como tiene sellos argentinos de 1930 o 1940. Su catálogo cerró en 1998 y reveló que no lo abre desde hace más de tres años. “Las estampillas de la actualidad son simples figuritas, las otras conllevan otra historia”, explicó.

La mayoría de sus clientes son del exterior y tienen pedidos muy puntuales. Alemania, España, Francia, Inglaterra, Italia y Estados Unidos son algunos de los países en los que comercia.

“El 90% de mis ingresos son por la filatelia, tengo clientes fijos que todos los meses me piden mercadería”, contó.

Walter destacó la tecnología, que le permitió “acceder a todos los catálogos del mundo”, y aseguró que la extinción de su oficio tiene que ver con un desinterés cultural y las crisis económicas. “Hace 10 o 15 años quedó de lado la filatelia, no se ve en gente joven”, señaló.

“Somos varios los que vivimos de esto. Hay cuatro o cinco que publican todos los santos días estampillas. Con la filatelia se puede aprender mucho y también se puede vivir de esto”, concluyó.

  1. Antonio Ferreira, el afilador de cuchillos

Ferreira, oriundo de la provincia de Buenos Aires, se rebuscó toda la vida para sobrevivir y en la calle encontró un oficio que hoy está casi desaparecido: afilar cuchillos.

Se dedicó durante 17 años a realizar esta tarea para alimentar a sus hijos. Desde su Merlo natal viajó por todas las líneas de tren para trabajar en el oficio que siempre amó. Iba casa por casa con el típico silbido de los afiladores, preguntándole a la gente si podía arreglar alguna herramienta. “Cuchillas, tijeras, palas, machetes, afilo lo que sea”.

La rutina de Ferreira actualmente es: “Desayunamos todos juntos y a las 10.00 salgo casa por casa ofreciendo afilar cuchillas, tijeras, pala, machete, y demás. Algunos pueden y otros no. Les cobro 400 por cada trabajo y sino tres herramientas por mil pesos. Algunos me dan tres o cuatro”.

“Esto me levantó la autoestima 100%. Volví a estar en la calle, a hacer lo que me gusta y volver a bicicletear. Estoy contento, hago un montón de cosas. Hay cosas que no puedo, pero no me voy a quedar acostado. Yo no quiero limosna, quiero trabajar. Yo no estoy pidiendo, estoy trabajando”, concluyó.

Hay otros oficios que han ido poco a poco desapareciendo como el de mecanografista, ascensorista, cartero, y recientemente el de cajero bancario. Sin embargo, como existe una tendencia “vintage” en la moda, afortunadamente hay personas que seguirán usando relojes mecánicos, sombreros de copa, coleccionarán estampillas o querrán sacarle filo a sus utensilios con un afilador.

Redacción
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