Con casi dos años Gaby parecía una nena de seis meses. El estómago lo tenía abultado, la falta de proteína en la sangre hizo que retuviera líquido en el área abdominal, que brotaba desproporcionadamente de su pequeño cuerpo desnutrido.
Estaban en un ancianato junto a sus cinco hermanos y su madre, una mujer desgastada por la vida y la miseria, como quien ya no puede más. Luisana la tomó entre sus brazos y le susurró al oído: “hola mi amor, de ahora en adelante soy tu mamá”.
El proceso apenas comenzaba. Esta mujer delgada pero enérgica no podía tener la certeza de que iba a ser así, pero lo sabía. Su corazón se lo decía, los ojos azabaches de Gaby se lo gritaban, fue amor a primera vista.
Pediatras especializados, psicólogos infantiles, proteínas devoradas, abrazos y muchos muchos papeles han pasado desde ese día. La nena no es ni la sombra de lo que era, y ahora con cinco años, dice con naturalidad que tiene dos mamás, una de corazón a quien ama con locura y otra que sacrificó su inmenso amor para que estuviera mejor.
Luisana lo ha naturalizado, no es un tabú, es el mejor trato que ha hecho en su vida: cuidado y dedicación, por la felicidad plena y la certeza de que nació para cuidar a hijos que no parió.
Hoy en el Día Mundial de la Adopción, LMN trae varios testimonios que demuestran que muchas veces el amor trasciende la sangre.
Adopción
Desde el punto de vista estrictamente legal, la adopción es el acto de hacerse responsable de un menor de edad, y asumirlo como hijo propio, con el propósito de garantizarle un entorno saludable para su pleno desarrollo, la satisfacción de sus necesidades básicas, y los derechos fundamentales.
Contrario a lo que muchos piensan, no se fundamenta en el derecho a ser padres, sino en “proteger el derecho de niños, niñas y adolescentes a vivir y desarrollarse en una familia que le procure los cuidados tendientes a satisfacer sus necesidades afectivas y materiales, cuando éstos no le pueden ser proporcionados por su familia de origen” como señalan portales jurídicos.
Un proceso largo y burocrático
A pesar de lo loable, el proceso no es tan sencillo, en especial en los países latinoamericanos, donde se pueden pasar años inmersos en montañas de papeles, e intentos fallidos.
“Tuvimos en casa a una niña en calidad de Familia de Acogida. Su madre dijo que no podría cuidarla, y un organismo de protección en el que nos apuntamos nos entregó a la bebé, pero en un mes la madre quiso volver con la bebé, y tuvimos que entregarla. Por mi desconocimiento no estaba preparada para eso, pero ahora sé que es el derecho de su madre y ella la quería, no había mejor lugar para ella que junto a su mamá. Se trata de ellos, no de nosotros” dice Luisana aún conmovida, con el recuerdo de la bebé en la memoria.
Romina tiene 46 años y es argentina. Estuvo más de un lustro anotada en una lista, junto a su esposo, para acoger a alguna menor de edad. Tenía muchas ganas de ser madre, pero su cuerpo no podía albergar bebés.
Finalmente llegó Melina, una niña de melena negra frondosa y ojos grandes café, con energía inagotable, y respuesta rápida para todo: “es picuda” dice, un adjetivo local que se usa para definir a los niños perspicaces de palabra rápida e ingeniosa.
Romina no se siente cómoda hablando de la historia de vida de su pequeña hija antes de que llegara a la familia, y se limita a insistir en que ahora está mejor y en casa.
El caso de Luisana fue incluso más engorroso. El papeleo fue infinito, y los plazos interminables, solo la ayudó la decisión de la madre de la nena a entregarle todo el poder sobre su hija.
“Primero debes solicitar la adopción, esperar que exista un niño con necesidades dentro de su núcleo familiar, y que toda la línea familiar decida darlo en adopción. Puede estar en casa años, y no concretarse una decisión definitiva por parte de un juez” dijo la mujer que vive en Venezuela.
Explicó además que lo primero que se busca es que se mantenga dentro de su núcleo familiar, así que por un tiempo el menor puede ser “reclamado por sus padres, abuelos e inclusive tíos. porque lo principal es protegerlos y lógicamente mantenerlo dentro de su núcleo de nacimiento”.
Rosangel vive desde hace casi 20 años en Estados Unidos, y aunque el proceso de adopción de su primer hijo Julian, y el segundo Sebastian fue complejo, parece haber sido más sencillo que el de Luisana y Romina.
“¿Sabes las películas que muestran que debes mandar una carta para que las madres que tengan un embarazo no deseado escojan una familia y entreguen voluntariamente a sus hijos? ese fue el proceso que nosotros seguimos” cuenta Rosangel a través de una video llamada.
Se trata de un sistema privado de adopción, muy criticado pero que permite tener más posibilidades de acoger a un pequeño, que el igual controversial y burocrático sistema público.
Una carpeta interminable, que incluía fotografías de Ros y su marido, fue lo que vió la mamá de Julian para tomar la decisión de entregar a su hijo, apenas un par de meses después de enterarse de que estaba embarazada.
“Seguimos todo el proceso y pagamos los gastos de la mamá de nuestro hijo durante el embarazo y unas semanas después, por su recuperación. Estuvimos en su parto y al final llevamos a este bebé hermoso a casa. Ella lloró y nosotros lloramos, pero dijo que su corazón estaba aliviado porque su hijo estaría en buenas manos… creo que la renuncia es un doloroso acto de amor, que siempre admiraré en las madres de mis dos hijos” comenta la mujer conmovida.
“La adopción privada se da cuando una persona embarazada que no puede o no quiere ser madre de su hijo toma la decisión de trabajar con una agencia o un tercero para poner a la criatura en otra familia, pero de manera absolutamente voluntaria”, señaló Maureen Flatley, una experta en supervisión y reforma en el sistema de adopciones y bienestar familiar, entrevistada por el medio BBC.
El amor que trasciende la sangre
Romina y su esposo no se limitan en mimos. El cuarto de la chica tiene de todo, pero sobre todo amor. Mientras la madre conversa, “Meli” se acerca de vez en cuando a abrazarla toscamente. Romi sonríe y se emociona, en especial en el marco de una conversación centrada en su hija.
“Yo no tengo hijos biológicos, pero no creo que se amen más. Yo daría mi vida por ella, y siento que la genética no tiene nada que ver con el amor. Hay padres adoptivos maravillosos, y biológicos terribles” dice con seguridad.
Luisana opina igual: “para mi ella es tan mía y yo soy tan suya como cualquier madre e hijo. Siento que cada gota de sangre de su cuerpo me pertenece, y cada gota de sangre de la mía, también es suya”.
Por su parte Rosangel cree que lo único que no experimentó durante su maternidad fue el acto de amamantar, porque incluso el embarazo y parto lo vivió muy de cerca.
“Parece mentira pero aún hay muchos tabúes en relación a la adopción, sobre todo en familias con ciertos esquemas que no se adaptan a una realidad actual, y que en esa creencia hacen daño con comentarios” dice la mamá de Julian y Sebastián.
Luisana coincide: “sobre todo en la cultura latina, hay dos elementos que son difíciles: por un lado está el no poder concebir, que muchas veces es visto como una discapacidad que te hace menos mujer o menos hombre, muy lejos de la realidad, y por otro el tener un hijo que no se formó dentro de tu vientre, y hacerlo parte de tu vida” comenta.
Prepara a Gaby para preguntas incómodas de una sociedad “imprudente” que se explaya en comentarios como “no se parece a ninguno de los dos”, o “nada como que se forme dentro de tí”, que enfurecen por dentro a Luisana, pero disimula con impecable estoicidad.
“Si son felices, y viven mejor que como podrían estar con su madre biológica, el trabajo está hecho. Comenzamos queriendo llenar la necesidad de ser madres y descubrimos que no se trata de eso, sino de dejarlos a ellos ser niños en un entorno saludable.., eso es todo, nada más” dice convencida Rosangel.
Gaby tiene cinco años y no para de hablar con una voz aterciopelada que embelese de amor a sus padres. Ya no se devora cualquier cosa como cuando llegó hambrienta a casa. Desde hace tiempo duerme toda la noche, y no deja de tener contacto con especialistas que ayuden a naturalizar su situación legal.
Sabe que su madre no la pudo tener, y probablemente quiera buscarla algún día, decisión que tendría el apoyo de Luisana y su marido.
Julian tiene 13 años, y sabe exactamente su origen. Es un buen estudiante y un poco protector con su hermano menor Sebastian, quien también está claro de dónde vino, físicamente es muy diferente a sus padres, pero se pertenecen mutuamente, no hay duda de eso.
Melina parece no importarle demasiado, aunque también lo tiene claro. Se ríe con desparpajo, mientras corre de un lado a otro como un caballo indomable que llena cualquier espacio.
La felicidad parece estar presente en cada uno de los casos, y aunque existen en el mundo miles de ejemplos contrarios, un montón de tabúes que superar, sistemas que mejorar, y amor que todavía no se ha repartido, no deja de ser una buena idea, la oportunidad de que un niño tenga una vida un poco más saludable a la que parecía imponer el destino.