Con picos, palas e incluso picahielos, el 9 de noviembre de 1989 los habitantes de Berlín comenzaron a destruir el muro que por casi 30 años los mantuvo separados, y que representaba la dualidad del mundo para entonces: por un lado el capitalismo, y por otro el comunismo.
No solo caía un icono de poder y separación para los habitantes de un país destrozado por la guerra y su propio régimen nazi que también los golpeó sin piedad, sino el principio del fin de la Guerra Fría, un conflicto bélico sin balas, que mantuvo durante años el miedo de una posible nueva devastación, en un planeta profundamente polarizado.
La historia
Después de que Alemania fuera derrotada en la II Guerra Mundial, su territorio fue repartido en dos: un trozo para Francia, Reino Unido y Estados Unidos, y otro para la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), donde quedó atrapada la capital del país.
En vista de esta disyuntiva, los antiguos aliados decidieron dividir la capital en dos partes, una para el bloque occidental, manejado por los dos países europeos y la nación norteamericana, renombrada luego como República Federal Alemana (RFA), y el bloque oriental, dirigido por lo que es actualmente Rusia denominado República Democrática Alemana (RDA).
Las diferencias eran muy grandes entre ambas partes, y la crisis que vivió el comunismo en esos años exacerbó un problema ya evidente de precariedad en la RDA, frente a una situación económica más estable en la RFA.
Este panorama motivó a que entre 1949 y 1961, más de 2.500.000 de personas se fueran de la zona oriental a la occidental, región que además los servicios secretos de Francia, Reino Unido y Estados Unidos, utilizaban como un centro de espionaje en contra de los países comunistas.
Fue en agosto de 1961 que la RDA comenzó la “Operación Rosa”, un proyecto que en pocas horas, y en medio de la sorpresa de los berlineses, levantó el Muro de Berlín.
Se trató de una estructura que con el tiempo rodeó todo Berlín Occidental, y llegó a medir 155 kilómetros de longitud y unos 3 metros de altura, que impedían a los habitantes del lado comunista, pasar al lado capitalista.
Además contaba con electrificación, vigilancia permanente, perros policías, búnkeres y la llamada “Franja de la Muerte”, un espacio fuertemente custodiado con puestos de vigilancia, en el que el paso era incluso más complejo.
Se estima que 262 personas murieron tratando de cruzar la barrera, mientras que miles fueron arrestadas, en medio de una época oscura que siguió a la guerra más famosa y cruel que ha visto el mundo.
A pesar de que muchos lograron cruzar, y familias separadas por décadas pudieron reunirse, la presión entre ambas partes persistía, y la crisis de la URSS se hacía cada vez más grande, agravada por la carrera armamentista en contra de Estados Unidos y la guerra en Afganistán.
Esto obligó al bloque comunista a cortar el flujo de recursos a la RDA, generando una grave crisis que no pudo ser resuelta con el “glasnost”, una política de apertura impulsada por el líder sobiético Mijaíl Gorbachov a finales de los 90.
Fue así como crecieron las protestas en ambas partes del país, azotado por una división que nunca pidió, elevando los niveles de presión en los gobiernos, en especial en la parte oriental.
El panorama regional ejerció aún más fuerza dentro de la RDA, cuando el líder de Solidaridad en Polonia, Lech Walesa, logró cambiar el rumbo de su nación, que sumado a la apertura de la frontera entre Hungría y Austria, un nuevo puente de escape para los residentes de la Alemania Occidental, terminó de debilitar al lado comunista.
Frente a la incesante presión, el presidente del bloque, Erich Honecker, renunció y después unas inesperadas declaraciones de Gunter Schaboeski, vocero de la RDA, fueron el impulso que hacía falta para que todo terminara.
Al preguntarle en vivo sobre el momento del levantamiento de las restricciones para viajar a los habitantes de Berlín oriental, el representante del gobierno dijo: “hasta donde sé, de inmediato, es desde ahora”.
Estas palabras pronunciadas el 9 de noviembre de 1989, fueron suficientes para que miles de personas se apostaran en los límites y exigieran pasar al otro lado, sin poder ser controlados por los militares soviéticos, que no tuvieron más remedio que abrir el paso.
Dos días fueron suficientes, para que personas armadas con palos, tubos, picos y cualquier cosa filosa o fuerte, derribaran la gran cortina de hierro que separó a Alemania en dos trozos por casi tres décadas, para transformarse en una sola.
Heridas que no sanan
33 años se cumplen hoy de la caída del Muro de Berlín, y 32 años se cumplieron el pasado 3 de octubre de la reunificación de Alemania del este y del oeste, pero las heridas al parecer siguen abiertas.
Muchos alemanes del este siguen sintiéndose y son tratados por sus compatriotas como “ciudadanos de segunda”, como demostró un estudio realizado por Marco Wanderwitz, activista y defensor del pueblo de la antigua Alemania Oriental (RDA).
“Algunas de las diferencias más importantes entre el antiguo este y el oeste están en el lugar de trabajo. Mientras los alemanes orientales tienen menos posibilidades de tener puestos de liderazgo en todo el país, las mujeres de la antigua Alemania oriental tienen más posibilidad de ocupar puestos de gestión que las alemanas del oeste. Y mientras que las mujeres de Alemania occidental ganan un 21% menos que los hombres, en el este la diferencia es menor, del 6%” señala el medio eldiario.es, citando el informe.
“Mientras que el PIB por habitante de Alemania oriental se ha cuadruplicado desde 1990, el salario medio de los alemanes orientales sigue siendo sólo el 88,8% del de los alemanes occidentales. El poder económico de las antiguas regiones comunistas es sólo el 73% de las de la antigua Alemania occidental” detalla el estudio.
Adicionalmente existe una especie de marca social que lamentablemente persiste, además de que tienen diferentes visiones políticas, perspectivas alejadas en relación a la democracia, distintos rangos de edades lo que incide directamente en la producción, diferentes métodos y cálculos de impuesto, y muchísimas otras cosas.
Hoy los restos del muro son para los extranjeros sólo sitios turísticos, pedazos de paredes llenos de grafitis con mensajes políticos coloridos que aportan estética a las fotografías, y para los alemanes el recuerdo de que lograron estrechar los lazos, pero sin olvidar que aún quedan restos de concreto que enfatizan las diferencias y permanecen intactos en el imaginario colectivo.