Tras ser torturado y asesinado en el Estadio Chile, que actualmente lleva su nombre, el cuerpo sin vida de VÍctor Jara fue encontrado el 16 de septiembre de 1973 con 44 impactos de bala. Tenía 40 años y era un símbolo de libertad, compromiso militante y creación artística.
El brutal ensañamiento fue un trofeo para los militares ya que el cantautor era uno de los mayores referentes del llamado canto de protesta.
A pesar de su asesinato, su voz e ideario, dejaron un legado amplio en la música, el teatro y en los sectores populares de Latinoamérica. Víctor y su guitarra fueron pioneros de la canción chilena.
Jara estudió en la Universidad de Chile Teatro y Dirección y luego dirigió obras que se presentaron en varios países de Latinoamérica. Sin embargo, fue con la música que traspasó realmente las fronteras generando una gran conexión con el público. Sus letras sensibles están relacionadas con el trabajo, la sociedad, el amor, la lucha.
La nueva canción chilena se ubicó en el centro de una sociedad que se sentía completamente representada por el contenido de sus letras y según las palabras del mismo Víctor “fue una canción que surgió de la necesidad… Violeta Parra marcó el camino y por ahí seguimos”.
El cantautor chileno fundó junto a otros exponentes musicales La Peña de los Parra y junto a ellos conoció a Salvador Allende quien, terminadas las veladas artísticas, se quedaba a darles clases de marxismo.
No sorprende entonces que Víctor decidiera apoyar la campaña de Allende a la presidencia y desde este momento asumiera una postura definida a la militancia y participación política.
Una vez que Allende ganó las elecciones, Víctor fue nombrado embajador cultural del gobierno, donde desempeñó varias labores.
El día del fatídico golpe militar del 11 de septiembre, Víctor se despidió de su esposa Joan y de sus hijas y decidió irse a la Universidad de Chile donde los militares tomaron como prisioneros a todos los presentes. Allí, un oficial lo reconoció y desde ese momento el trato con él fue cada vez más brutal: fue torturado, interrogado y luego asesinado.
En la cárcel, escribió sus últimos versos: "Canto que mal que sales cuando tengo que cantar espanto. Espanto como el que vivo, espanto como el que muero".