Michelle Delgado es un ingeniero eléctrico venezolano que nunca pensó que iba a cambiar los condensadores y los circuitos por un afán desmesurado por el reciclaje.
En algunas ocasiones el oficio se divorcia de la profesión, este es el caso de Michelle, que volcado por su sensibilidad ambiental decidió transitar por un camino escabroso al materializar un emprendimiento con la creación de un club de reciclaje.
Una imagen de un oso polar famélico agobiado por el deshielo en los glaciales por efectos del calentamiento global fue el catalizador, a sus 11 años, que motorizó su espíritu ambientalista.
«En algún momento me desempeñé en mi profesión, pero entendí rápidamente que no era lo mío. El reciclaje, sí», afirmó Delgado.
El club llamado «Recyclers» vio luz en este mundo en la popular parroquia de Petera, lugar de crianza de Michelle.
Durante su desarrollo escolar todas las maquetas las hizo con cajas de cereales, en el que obtuvo las mayores calificaciones. Sin pretender hacerlo, con este ejemplo dejó claro que se podían crear cosas de calidad a un bajo costo a través del reciclaje.
En el año 2013 gracias al programa Jóvenes Emprendedores de Venezuela de la empresa HP, creó «Recyclers» el primer movimiento en el que participó activamente.
Al inicio Recyclers eran sólo cinco personas que se dedicaban a hacer juguetes con desechos plásticos. «Tuvo tal impacto que lo representamos a nivel nacional contra otros países», dijo Delgado.
Sin embargo, pensaron que el proyecto les había quedado corto, y posteriormente en 2018, se convirtieron en un club de reciclaje en el que cuentan hasta ahora con más de 500 voluntarios y colaboradores.
Con esta nueva visión, brindan soluciones sostenibles a través del tiempo a través del reciclaje, y no sólo para Caracas. «Este solo es el comienzo», acotó Delgado.
Actualmente están ubicados en la Unidad Educativa Complejo Leonardo Infante, en el municipio Sucre, del estado Miranda.
Los recyclers reciben papel, cartones, plásticos, que son clasificados en siete distintas categorías. «Si hay un tipo de plástico que no podemos recibir, se avisa con anterioridad. Hay materiales que, apenas salen a la calle, son de por sí basura», subrayó Michelle.
El aluminio también lo reciclan y es transformado en budares u ollas y cuya ganancia se ve reflejada en la donación de harina para alguna organización o escuela.
«90% de lo que hay en una bolsa negra se puede reciclar y ese restante, aunque también se pudiese trabajar, depende de quienes la producen, porque no siempre se cumplen los protocolos para lograrlo», expresó.
Para Delgado el límite es el cielo, y es por eso que espera que exista una unidad de reciclaje en cada escuela. Además, esperan contar con un equipo con estructura y manuales. «A través de eso, podríamos convertirnos en potencia y eso, no nos lo quitará nadie», concluyó Delgado.