Un estruendo, como el rugido de un monstruo que se asoma en la ventana, fue lo último que oyeron muchos de los habitantes del estado Vargas (hoy La Guaira) en Venezuela, el 15 de diciembre de 1999.
El fin del mundo fue lo que pensaron creyentes, frente a lo que parecía el apocalipsis de piedra y barro que arrasaba sin piedad con todo a su paso, en la tragedia natural más letal que ha conocido el país caribeño, conocida como “el desastre de Vargas”.
Una escena similar vivieron este sábado en la noche los habitantes de Las Tejerías, en el estado venezolano de Aragua, después que la montaña no resistiera más las lluvias, y se desplomara en forma de barro, arrastrando todo a su paso. Hasta el momento más de 35 personas han muerto y al menos 50 están desaparecidas.
La cifra va a aumentar seguramente, al igual que el duelo. Muchas casas están bajo el lodazal, los rescates siguen, la escena es un caos. Aún no hay calma.
Las autoridades venezolanas hacen el mayor esfuerzo para poder rescatar a la mayor cantidad de personas posibles y el poder Ejecutivo se ha trasladado a la comunidad para apoyar a los afectados.
La vicepresidenta, Delcy Rodríguez llegó primero, y en horas de la tarde el presidente Nicolás Maduro también acudió al sitio a ofrecer condolencias y movilizar apoyo, en un trabajo sin descanso en el que esperan sostener a los afectados.
Cuando la montaña no resiste
En ambos casos ocurrió lo mismo: un deslave, alud o deslizamiento de tierra, fenómeno natural que pasa por diferentes motivos, uno de ellos puede ser un deshielo repentino, un terremoto que sacude las bases de las sierras, erosión causada por aguas subterráneas, aumento del nivel de los ríos o cauces cercanos, o -en el caso de los desastres en el país suramericano- lluvias que no paran y llenan de agua las bases de los cerros, hasta su colapso.
En Vargas, las lluvias fueron particularmente inusuales en el año 1999, debido a que los vientos del norte intentaban pasar las montañas del litoral central, “descargando la mayor parte de la humedad que contenían sobre las laderas septentrionales de la Serranía del Ávila”.
En esa oportunidad se presentaron lluvias tan fuertes y constantes, que alcanzaron un máximo histórico de 282 milímetros de agua acumulada para el 13 de diciembre, dos días antes de que “la montaña se tragara al mar”, como solían decir algunos habitantes de las zonas afectadas.
En el caso de Las Tejerías, en el estado Aragua, población a sólo 52 kilómetros de la capital, Caracas, la situación fue básicamente la misma. Una temporada atroz de tormentas golpeó el Caribe, en especial la conocida como Trece, que hizo de la mayoría de las ciudades de la costa central un caos, seguida de Julia, que generó intensas lluvias.
“La tragedia llegó luego de tres horas de intensas lluvias que comenzaron hacia la tarde del sábado, lo que provocó que varios ríos se desbordaran y arrastraran sedimentos, rocas y árboles desde la parte alta de la montaña” reportó la agencia EFE.
“Tuvimos un gran deslave producto de los cambios climáticos, anoche con el paso del huracán Julia se produjo un vacío que generó rápidamente una vaguada” dijo el ministro de Interior y Justicia, Remigio Ceballos, quien además enfatizó que hubo un récord pluviométrico, que en solo dos días, superó lo que normalmente cae en un mes.
Inevitables
Aunque se puede prever la intensidad de las lluvias y la capacidad de la tierra para resistir la acumulación de agua, es difícil saber cuándo y cómo será, además, los aludes son inevitables, ya que responden a leyes físicas inalterables.
“La catástrofe se produce debido a la incontrolada ocupación urbana de los abanicos aluviales, gargantas de las quebradas y laderas de los cerros circundantes” dijo hace un par de años José Luis López, ingeniero hidráulico de la Universidad Central de Venezuela (UCV), quien ha investigado el desastre de Vargas.
Los países latinoamericanos, por su situación geográfica y crecimiento irregular, son propensos a deslaves. En la historia, éstos se han repetido en diferentes momentos y uno de los más mortales, ha sido el de 1999, donde los muertos llegaron a estimarse hasta 50 mil personas, sin embargo aún no está del todo clara esa cifra.
Pero no solo se trata de la planificación. No se puede dejar de lado el cambio climático. El fenómeno climático La Niña se podría extender hasta marzo del 2023, y durar un total de tres inviernos por primera vez en la historia, lo que profundizará aún más las sequías e inundaciones en el mundo, según informó la Organización Meteorológica Mundial (OMM), una agencia de la Organización de Naciones Unidas.
Es que, según los expertos, “por cada grado centígrado que se calienta el planeta, el aire puede absorber un 7% más de agua. Cuando esa agua se libera, provoca más lluvias extremas” como destaca el portal Euronews.
Latinoamérica vulnerable
Otra tragedia mortal y muy conocida, fue la llamada “tragedia de Armero”, una localidad del departamento andino de Tolima, en el centro-occidente de Colombia, que se se produjo por el deshielo de los glaciares del volcán Nevado del Ruiz, ubicado a 48 kilómetros de distancia. Ocurrió el 13 de noviembre de 1985.
Aunque se estima que 25 mil personas murieron en las tres avalanchas de barro que golpearon sin piedad a la población, el rostro de esta desgracia fue Omaira Sánchez, una niña de 13 años que luchó por su vida frente a las cámaras de televisión, parcialmente tapiada por el barro, del que no pudo ser liberada, a pesar de los esfuerzos de los vecinos y voluntarios.
2017 fue un año mortal de aludes que se extendieron por el continente. En Perú dejaron a 150.000 personas sin hogar y mataron a más de cien personas; sin contar los desaparecidos que nunca fueron encontrados bajo las capas infinitas de barro.
Paralelamente, las lluvias provocaron deslizamientos de tierra en Colombia y Ecuador, que dejaron cientos de fallecidos y muchas más familias sin hogar.
El 1 de abril de 2017, algunas partes de Mocoa, una ciudad al sur de Colombia, fueron derribadas por el lodo que mató a más de 300 personas. Bolivia no escapó de esta suerte y también debió afrontar la inevitable fuerza de la física.
“Estos desastres apuntan a un problema mayor en esta parte del mundo: años de expansión económica en América Latina han estimulado la migración y el desarrollo, pero no se han implementado medidas preventivas contra los desastres naturales más elementales” escribieron Andrea Zárate y Nicholas Casey para el diario The New York Times, refiriéndose específicamente al caso de Perú.
“El crecimiento desde principios de la década del 2000 atrajo a miles de personas de las zonas rurales que buscaban empleo y se mudaron a las ciudades costeras en el desierto y a nuevos asentamientos en la periferia de Lima. Muchos de los nuevos habitantes fundaron asentamientos ilegales en los márgenes de las ciudades” resaltaron.
Recientemente, en abril de este año, más de 117 personas fallecieron en la ciudad serrana de Petrópolis, en el estado de Río de Janeiro, Brasil, después que las lluvias torrenciales provocaran un deslave fatal.
La cara de la tragedia
Jaison Sánchez tenía 15 años y estaba en la casa de su abuela cuando la montaña se tragó al mar en el estado Vargas en 1999. Aún siendo un hombre de 37 años, cuando llueve fuerte, se para de golpe y tiembla involuntariamente, a pesar que desde hace mucho vive en una planicie de Venezuela.
“Vi cosas que no voy a olvidar jamás. Cadáveres de vecinos al tratar de salir del desastre, familias enteras que fueron arrasadas cuando un puente cedió después de que pasaramos, gente desnuda y llena de barro caminando como zombie. Nunca lo voy a olvidar, me marcó para siempre” dice a través de una llamada telefónica con LMN.
La imagen de Omaira Sánchez de 13 años en la “tragedia de Armero” de 1985, fue demasiado. Muchos pudieron ver cómo sus ojos se apagaban frente a la impotencia de no poder hacer nada.
“Tengo miedo de que el agua suba y me ahogue, porque yo no sé nadar”, dijo en un momento la niña parcialmente enterrada en el barro, desde donde decía podía tocar la cabeza de su tía.
Los ojos oscuros de la pequeña, se fueron apagando de a poco, como las esperanzas de los que trabajaron sin descanso para ayudarla. Las manos perdieron su color por la falta de circulación y hasta el Papa, Juan Pablo II visitó su tumba tiempo después, desde donde rezó por miles de fallecidos en el alud.
En Las Tejerías aún cientos de personas trabajan con la esperanza de rescatar a sobrevivientes entre los escombros de una escena apocalíptica.
El gobierno no sólo decretó duelo nacional, sino que activó un centro de desastres en la población. La vicepresidenta, Delcy Rodríguez está en el sitio, el presidente Nicolás Maduro también, tratando de darle apoyo a la gente, que vió con dolor como la montaña se desplomó de repente y dejó un sabor amargo y triste, que esperan que pronto se transforme en la esperanza de salir adelante, a pesar de la tragedia.