Las enfermedades infecciosas respiratorias como la gripe o el resfriado común dependen también del sexo, la genética o la edad, sin embargo es poco conocido que además está fuertemente influida por el estado emocional y sentimental de la persona.
Las modificaciones epigenéticas del ADN inducidas por el estrés -que alteran permanentemente la expresión de genes del sistema inmune- y la hormona cortisol están implicadas en una serie de funciones fisiológicas fundamentales frente a riesgos físicos o psicológicos, publicó theconversation.com.
El cortisol tiene un efecto global sobre nuestro organismo, preparándolo para la lucha o la huida. Entre otras cosas hace que se acelere el corazón y el consumo de oxígeno, y libera glucosa a la sangre para que los músculos estén preparados para dar una respuesta frente a esa amenaza real o percibida como tal.
En paralelo, se bloquean funciones no prioritarias en esos trances como el apetito, incluso se corta la digestión. También se inhibe la respuesta inmune, gran consumidora de recursos y energía.
Es por eso que el cortisol elevado por angustia vital y estrés crónico está asociado a una mayor susceptibilidad a diferentes enfermedades entre las que destacan las relacionadas con el sistema inmune y los virus.
«La buena noticia es que durante una relación amorosa, además de notar mariposas en el estómago, reducimos los niveles de cortisol. Y eso suaviza la respuesta al estrés», explica la nota.
También en el mismo sentido, cuidadores de enfermos de alzhéimer sometidos a estrés emocional mostraban valores más altos de cortisol y menor respuesta a la vacuna de la gripe. Los niveles de anticuerpos IgG eran significativamente menores en los cuidadores estresados que en voluntarios de la misma edad y condición.
Más aún, en un macro estudio realizado en Suecia, que incluía 144.000 pacientes con estrés postraumático y más de un millón de voluntarios control, se descubrió que los pacientes presentaban una incidencia mayor de infecciones muy graves a lo largo de su vida.
Los investigadores concluyeron que la exposición temprana a un trauma podría tener un impacto duradero en la posibilidad de desarrollar una enfermedad infecciosa grave, ya que en niños que han vivido traumas de pequeños la susceptibilidad se manifestaba de adultos.