«El mundo es infinitamente mejor que hace 30 años, pero desde 2018 hasta ahora hemos experimentado un frenazo», publicó el diario El País de España en un artículo reciente.
«Si nos ceñimos a los indicadores que miden el desarrollo de los países y la reducción de las desigualdades globales, el progreso desde 1990 —fecha de referencia para buena parte de los objetivos globales— no tiene precedentes en la historia», explicó el texto.
Se agregan en la publicación datos que corroboran los hechos tales como, el porcentaje de habitantes del planeta que viven en la pobreza extrema cayó 72%, el de la desnutrición 61% y el de la mortalidad infantil 60%.
«Más niños y niñas completan la educación primaria y secundaria que en ningún otro momento de la historia, y tres de cada cuatro seres humanos tienen hoy acceso a agua potable, 2.000 millones más que al principio de este siglo»: sin lugar a dudas esas mejoras fueron sustanciales.
Sin embargo, de 2018 en adelante, hemos experimentado un frenazo o retroceso preocupantes en algunos de estos indicadores esenciales del desarrollo.
«En el campo de la salud, por ejemplo, relatábamos el destrozo de la covid-19 en el esfuerzo global contra el VIH, la malaria, la tuberculosis o la neumonía infantil. Por primera vez en una década hemos visto repuntes en las tasas de mortalidad por algunas de estas enfermedades, que son pandemias cotidianas para medio planeta».
También, en el campo de la seguridad alimentaria, las agencias humanitarias ya no saben qué adjetivos utilizar para describir la catástrofe profunda y continuada a la que hacemos frente. Las tragedias súbitas –como la del conflicto en Sudán, donde un millón de personas precisan ayuda alimentaria– se encaraman sobre una crisis estructural en la batalla contra el hambre. El descenso continuado e histórico de los niveles de desnutrición se estancó en 2014 y comenzó a repuntar en 2018, sin visos aparentes de un cambio de tendencia.
La salud y la nutrición son sólo dos ejemplos en un panorama general desasosegante. De acuerdo con el informe anual de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (SDSN, por sus siglas en inglés), menos de una quinta parte de las 169 metas de la Agenda 2030 están en camino de ser cumplidas. Dos de cada tres están estancadas y una de cada siete está en abierta regresión.
Pero eso no es todo: la tragedia del coronavirus no sólo fue responsable de la muerte directa de unos 22 millones de personas, sino que provocó estragos en los programas de progreso económico, educativo y sanitario de la población y, más recientemente, la invasión de Ucrania prendió fuego a los precios de la energía y los alimentos.
Esta tormenta perfecta ya tiene un nombre: policrisis. La caída de los ingresos, el aumento de los intereses y la necesidad de proporcionar redes básicas de seguridad frente a la emergencia han entrampado al Sur global en la mayor crisis de deuda desde los años ochenta.
Un informe publicado este mes por el Grupo de la ONU para la Respuesta a la Crisis alerta sobre la situación de 52 países y 3.300 millones de personas, atrapados en el “fracaso sistémico” del modelo financiero global.
El artículo dijo al finalizar, que aún hoy día los miembros de la comunidad internacional no tienen la capacidad de llegar a acuerdos esenciales porque sus propios intereses están amenazados: «Este es el tipo de pragmatismo que va a ser puesto a prueba en asuntos como la continuidad de las exportaciones de grano ucraniano , la aprobación de un tratado internacional para la prevención de nuevas pandemias o el éxito de la próxima cumbre contra el cambio climático».