El avión Enola Gay de los estadounidenses se sacudió, sorprendiendo a los tripulantes del artillero que acababan de lanzar la bomba nuclear en Hiroshima. En ese momento supieron que era mucho más fuerte de lo que pensaban; así lo relataron luego los mismos protagonistas en diferentes documentales de National Geographic.
Ese hecho dejó 70 mil muertos, e igual número de heridos. En Nagasaki, donde Estados Unidos lanzó la última bomba de este tipo que ha visto el planeta, fallecieron instantáneamente 40 mil personas y los heridos se elevaron a 25 mil, en lo que ha sido hasta la fecha el ataque más letal de la historia, con una sola arma.
Después de eso, incontables japoneses presentes en los ataques desarrollaron cáncer, las secuelas fueron interminables y la devastación casi apocalíptica, y aunque nunca más se apuntaron estas armas en contra de la población, los ensayos nucleares continúan hasta nuestros días, a pesar de acuerdos que resultaron poco precisos y menos coactivos.
Por esta razón, la Organización de Naciones Unidas (ONU) conmemora cada 29 de agosto el Día Mundial Contra los Ensayos Nucleares, una fecha para que la humanidad tome conciencia sobre el daño que le puede hacer al planeta, en nombre de la guerra.
Ensayos mortales
El proyecto Manhattan, una misión ultrasecreta que desarrolló las bombas lanzadas en Japón en 1945, fue el responsable del primer ensayo nuclear del planeta. Era 16 de julio de ese año, la bomba se llamaba “Trinity” y el escenario: Nuevo México, EEUU.
Pese a la devastación que sorprendió incluso a los militares norteamericanos, Trinity era solo un guiño a lo que pasaría después. La Guerra Fría trajo consigo tensiones entre dos grandes potencias: Estados Unidos y Rusia, y un aluvión de lanzamientos atómicos, que parecían gritos mutuos de fuerza irracional.
Bombas nucleares iban y venían en terrenos baldíos, y desde Japón en 1945, hasta 1996, se estima que más de 2.000 ensayos tuvieron lugar en el mundo, casi todos por parte de Estados Unidos (1.032) y Rusia (715), seguidos por Francia (210), y Reino Unido y China con 45 cada uno.
La más grande de todas las detonadas, fue la denominada el Zar, lanzada en la isla de Nueva Zembla el 3 de octubre de 1961. Era de 50 megatones (MT), muy superior a la de Hiroshima, pero resulta minúscula frente a la de 100 megatones creada por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), arma que nunca se detonó por sus repercusiones en el medio ambiente.
Frente a lo que parecía una ataque sistemático al planeta, con consecuencias que hasta el momento no se han podido precisar, en 1996 se firmó el Tratado de prohibición completa de los ensayos nucleares (TPCEN), un documento promovido por la Organización de Naciones Unidas, que aunque paró la frecuencia de las detonaciones, es impreciso, fácil de eludir y aún muchos de sus enunciados no entran en vigor, como declaró Antonio Guterres, secretario general del organismo internacional.
“Incluso durante las fases más tensas de la Guerra Fría, las potencias nucleares redujeron significativamente su arsenal nuclear. Había amplio consenso en contra de su utilización y la proliferación de las armas nucleares y los ensayos nucleares. Hoy día, corremos el riesgo de olvidar lo que aprendimos de lo que sucedió en 1945” advirtió el diplomático el año pasado.
Sigue el bombardeo
Aunque en menor medida, los ensayos de este tipo han continuado hasta nuestros días,al igual que el desarrollo de armas nucleares. El último lanzamiento conocido fue en enero del 2021 por parte de Corea del Norte, país que no está suscrito al tratado, y que realizó pruebas en 2006, 2009 y 2013.
Además, India y Pakistán, también ausentes de la firma, detonaron varias bombas entre 1998 y 2007, al igual que Israel: su renovación al acuerdo no se ha concretado, y se cree que su desarrollo armamentista nuclear es enorme, dimensiones incalculables, por considerarse este tema uno de los secretos mejores guardados del gobierno de Jerusalén.
El poder de la energía nuclear surgió casi por accidente, gracias a las investigaciones de Albert Einstein, y a pesar de que su desarrollo puede ser muy beneficioso para el mundo, ya que no produce efecto invernadero, su costo es bajo y su frecuencia constante, eventos como el accidente de Chernobyl el 26 de abril de 1986, que provocó una lluvia radiactiva en toda Europa y expuso a millones de personas a niveles peligrosos de radiación, así como el incendio de la planta de Fukushima en Japón, a raíz del tsunami, demuestran el peligro de la fuerza desmedida, incluso cuando esta tiene fines “loables”.