Estos son los efectos secundarios del bótox en el cerebro

El cuidado personal se ha convertido en una obsesión en los últimos tiempos, la necesidad de lucir resplandeciente para la constante exposición en las redes sociales promueve un canon de belleza que puede tener graves consecuencias.

De ahí la proliferación de tratamientos estéticos, como el bótox, que se han masificado y convertido en un aliado para las personas que quieren luchar contra el tiempo.

Irónicamente, el bótox es una neurotoxina de origen natural producida por la bacteria clostridium botulinum, que aparece en alimentos mal conservados.

La toxina botulínica ejerce su acción con la retención de acetilcolina, un neurotransmisor imprescindible para la contracción muscular, que relaja el músculo y limita su capacidad de producir contracciones involuntarias.

De esta forma, se reducen las conocidas líneas de expresión.

Sin embargo, los usos de este producto no se limitan a la función estética, sino que sirven para combatir trastornos como los espasmos musculares, migrañas crónicas, inconsistencia urinaria, entre otras.

Consecuencias en el cerebro

Un estudio de la Universidad de Irvine, sugirió que el bótox tiene un efecto secundario en el procesamiento de emociones.

De acuerdo al estudio, el origen estaría en los mecanismos más básicos que emplea el cerebro para reconocer las expresiones de las personas de nuestro entorno.

Cuando la palabra no es la regla, los gestos de la cara, como una mueca o una sonrisa, pueden comunicar muchas emociones.

Estas microexpresiones pueden transmitir una información a nuestro interlocutor, antes que de sepamos conscientemente lo que sentimos.

Ahora, ¿qué sucede si se reduce la capacidad para gesticular? En algunos casos podría representar un obstáculo para la comunicación. De hecho, en la pandemia, cuando el tapabocas era la regla, las interacciones sociales se vieron afectadas.

En este caso, los investigadores midieron la actividad cerebral en 10 mujeres entre 33 y 44 años a las que se les inyectó bótox para inducir parálisis temporal del músculo responsable de fruncir el ceño.

En el estudio registraron la actividad cerebral de las voluntarias mientras observaban imágenes de rostros que mostraban distintas emociones, antes y después de recibir el tratamiento.

Los sorprendentes resultados mostraron cambios en la actividad de la amígdala, una región cerebral clave para reconocer e interpretar las emociones.

Los investigadores concluyeron que restringir las gesticulaciones podría restringir la retroalimentación facial. De acuerdo a esta teoría, cuando vemos una cara triste tendemos a recrear la expresión para identificar la emoción reflejada.

Por esta razón, la limitación para fruncir el ceño impediría la formación de microemociones que afectan el proceso de las ‘caras emocionales’.

El estudio aporta nuevas evidencias de la línea de pensamiento que sugiere que la inhibición de la contracción del músculo glabelar altera la actividad neural implicada en el procesamiento emocional.

Aunque aún se necesita más estudios para confirmar los hallazgos y comprender mejor el papel del bótox en la interpretación de las emociones.

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