Con esta victoria, España establece su presencia nacional y su bandera en la cúspide del fútbol femenino mundial. El fútbol posee una autenticidad que el arte a veces carece: no admite falsos halagos.
Sin embargo, esa admiración debe ser internalizada, y España la abrazó con convicción. Esto refleja una mentalidad y autoconcepto que se identifican con un profundo respeto por el balón, con una interpretación modesta y directa del juego ofensivo.
El logro de este Mundial surge de la determinación de recrear un fútbol que insiste en persuadir, cautivar y hechizar. Surgió de la necesidad de amalgamarse con el balón, descubrir los espacios y las aperturas necesarias para forzar al oponente a aproximarse, a buscar el enfrentamiento. Este enfoque hace que las marcas se diluyan, que surjan los vacíos y las asociaciones, que se forjen conexiones significativas.
La alianza impactante entre Bonmati, Hermoso, Putellas (ambas con balones de oro) y Redondo ha dado forma a una España más contundente y sólida, en contraste con una Inglaterra algo desconcertada, rígida y enfocada en las estrategias de su contrincante.
El equipo inglés reaccionó ligeramente después de que la española Hermoso fallara un penal que habría llevado a un 2-0 casi definitivo. El gol de Olga Carmona selló la victoria y determinó el resultado final.
En este Mundial, el fútbol femenino ha exhibido destellos, colores y sonidos. Ha ofrecido destellos de creatividad más cercanos a la espontaneidad que a la rigidez de las tácticas preestablecidas. Se nota que ha madurado. Ha forjado un «yo» que está comenzando a ser un «nosotros», una identidad futbolística que nos identifica y que se nutre de un juego generoso que sigue inspirándonos. Es un fútbol cálido, luminoso, que persiste cada vez más en acariciar el espíritu de quienes lo disfrutan.
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