Algunas de las metrópolis más grandes del mundo se jactan de tener el mejor bagel, ese pan que destaca por su frescura, versatilidad, dimensiones y su particular forma, lo hacen el almuerzo urbano por excelencia.
Muchas ciudades han reconocido las virtudes de este sándwich y algunas lo han vuelto una parte de su idiosincrasia.
Las presentaciones de este alimento varían de poblado en poblado, con sus propias recetas, con diferentes ingredientes o rellenos que cambian ligeramente su preparación y sabor.
Nueva York destaca por haberse convertido en la capital indiscutible de este platillo y dicen con orgullo, tener la mejor versión de este sándwich.
Sin embargo, todos los platos preparados, ya sea en bagel, panecillo, pita o wrap, están sujetos a impuestos en el estado de Nueva York.
Esta extraña ordenanza establece que todos los bagel que han sido cortados en rebanadas están sometidos a impuestos adicionales de 8,875 %, no obstante, si una persona compra un sándwich completo y un envase de queso crema, queda exonerado de dicho impuesto.
“Tal vez tenga que conseguir mis bagels y cortarlos yo mismo”, afirmó el presentador de televisión del Upper West Side, Darley Newman.
“He probado diferentes bagels mientras viajaba por todo el mundo, pero debo decir que nada supera a un bagel de Nueva York. Por favor, no me hagan pagar más… Como conocedor de bagels, no considero los bagels como sándwiches. Se destacan solos como una hermosa bondad de pan”, aseguró el presentador.
La historia del impuesto sobre las ventas de sándwiches se remonta a 1965 cuando el gobernador Nelson Rockefeller y el alcalde Robert F. Wager, impulsaron la modificación sobre el impuesto sobre las ventas.
El bagel neoyorquino
Según historiadores, el bagel llegó a la Ciudad de Nueva York durante el XIX cuando arribó una gran ola de judíos que huían de la discriminación y la pobreza en Europa. La mayoría de esta población se estableció en Lower East Side y de inmediato comenzaron a preparar el rico panecillo.
Rápidamente ganó notoriedad el panecillo circular que se partía por la mitad para rellenarse con un ingrediente favorito, como una opción barata para comer entre jornadas laborales.
A principios del siglo XX la popularidad era tan grande que hubo que crear un sindicato que asociara a todos los panaderos dedicados a su producción.