La soledad, no es solo un estado del ser, sino una brecha entre el nivel de conexión que deseas y el que tienes, según afirman los expertos. Las personas podemos estar acompañadas de manera presencial y sentirnos solos, o estar satisfechos cuando estamos solos.
Se pudiera hacer un paralelismo y asociar a la soledad con el hambre o la sed, es decir, una señal saludable de que te falta algo y debes buscar lo que necesitas. Pero si se prolonga la espera por mucho tiempo, la soledad podría ser perjudicial.
La pandemia, sin duda alguna, exacerbó esas emociones. Según un sondeo de opinión del Departamento de Salud de Nueva York, el 57 por ciento de las personas señalaron que se sentían solas parte o la mayor parte del tiempo, y dos tercios dijeron haberse sentido socialmente aislados en el mes anterior.
La soledad, como otras formas de estrés, aumenta considerablemente el riesgo de padecer trastornos emocionales como depresión, ansiedad y abuso de sustancias.
Pero más grave aún, un estudio encontró claras diferencias entre los cerebros de personas solitarias y no solitarias determinando que en las personas solitarias, algunos genes que promueven la proliferación de células cancerosas estaban más activados, mientras que los genes que regulan la inflamación estaban desactivados.
Y por más paradójico que parezca, en la era de la conexión tecnológica y de las redes sociales, la soledad casi duplicó su prevalencia entre 2012 y 2018.
Existen iniciativas para mitigar la soledad, entre ellas el nombramiento de una ministra de la soledad por parte del gobierno británico. Una ciudad instaló bancos “Happy to Chat (Feliz de charlar)” con carteles que decían: “Siéntate aquí si no te importa que alguien se detenga a saludarte”.