Este viernes falleció a sus 91 años Fernando Botero, el artista colombiano más universal.
Medios colombianos reseñaron la noticia luego que el artista sufriera una neumonía que tuvo que ser atendida en un hospital en el norte de Italia, donde residía desde hace décadas.
La esposa del artista colombiano, la artista Sophia Vari, había fallecido hace cinco meses
El pintor y escultor colombiano se había convertido en uno de los íconos del arte más importante del mundo, sus obras han sido subastadas hasta por US$2 millones. Su pasión por el volumen y las temáticas de su trabajo lo hicieron trascender en el mundo.
Personalidades como el presidente Gustavo Petro, y el presidente Juan Manuel Santos, se unieron a los mensajes de condolencias que han llegado de todas partes del mundo.
Botero nació el 19 de abril de 1932 en Medellín, recién salido del colegio, tomó la decisión de vivir de sus dibujos, aunque era difícil. «En Colombia ser artista era como ser el bobo del pueblo», dijo Botero en alguna oportunidad.
Sus primeras ilustraciones fueron publicadas por el periódico El Colombiano, el más importante de la ciudad, con esos ingresos logró culminar el bachillerato y emprendió sus primeros viajes a Europa y EEUU.
A los 19 años expuso en Bogotá en la galería Leo Matiz, y con el dinero que ganó, alquiló un cuarto en Tolú y se fue a trabajar a las orillas del mar. Cuando regresó a presentar sus cuadros, no solo los vendió todos, sino que se ganó el premio nacional de pintura.
Con el dinero que se ganó, se compró un pasaje y se embarcó nuevamente a Europa, dispuesto a dejarlo todo para poder vivir de la pintura y nada más.
Su hijo Juan Carlos, cuenta que la inspiración de su padre que lo haría célebre, la encontró en México en 1956, mientras dibujaba una mandolina, y cuando le iba a hacer el hueco del medio, decidió hacerlo exageradamente pequeño. Inmediatamente «la mandolina multiplicó su tamaño y las proporciones sufrieron un cambio radical”.
En varias entrevistas Botero afirmó que no pintaba gordos, sino que trabaja con el volumen, y su hijo acota que esa es la clave para darles «magniciencia, plasticidad y sensualidad» a sus trazos.
En su vida sufrió dos golpes que lo marcaron profundamente, la muerte de su hijo Pedrito, en un accidente automovilístico entre Sevilla y Córdoba; y el encarcelamiento de su hijo Fernando Botero Zea, por el delito de enriquecimiento a favor de terceros.
Con respecto a sus exposiciones, ninguna generó tantos comentarios como la que hizo sobre los abusos de los soldados norteamericanos en la prisión en Abu Ghraib en Irak. Según el pintor, quería «dejar un testimonio contra el horror».
Su obra Adán y Eva se ubicó a la entrada de Expo Sevilla 92, y recibió homenajes sin precedentes cuando sus esculturas ocuparon las aceras de los Campos Elíseos y después decoraron los alrededores de las pirámides de Egipto.
Sus cuadros, que valían apenas 200 dólares, hoy están en la lista de los mejor vendidos en Latinoamérica. Uno de los más caros, Los músicos, llegó al histórico precio de 2,3 millones de dólares.
Botero también fue un hombre generoso por las donaciones de arte que le hizo a Bogotá y a Medellín, no solo de sus propias obras sino de los grandes maestros como Picasso, Matisse, Renoir y Dalí.
En estos últimos años, Botero llevó una vida plácida con el fruto del trabajo. Su principal residencia era Montecarlo, pero tenía otras en Nueva York, en París, en Bogotá y en Rionegro (Antioquia).