Paveenut Supolwong, a quien todos llaman Amy, tiene tres años, y se quedó profundamente dormida, en la guardería a la que acudía en Nong Bua Lamphu, al norte de Tailandia.
No lo sabe, pero mientras reposaba, un policía trastornado entró al centro de cuidado infantil y asesinó a todos a su alrededor, incluyendo a su mejor amiga Pattarawut, quien dio su último aliento en un charco de sangre, justo a su lado, como reportó la agencia de noticias Reuters.
Los rescatistas creían que no había sobrevivientes y de repente tocaron a Paveenut, quien se levantó sin un rasguño, con la ropa manchada de rojo y un poco perdida. Le cubrieron los ojos con una manta, para evitar que viera la dantesca escena, y la llevaron al segundo piso para revisarla. Estaba bien, pero los otros 24 niños que habían acudido a la guardía ese día, habían muerto.
El responsable fue el coronel de la policía provincial Jakkapat Vijitraithaya (34) y su hijo, a quien asesinó después junto a su madre y se transformó en la víctima número 25 de la terrible lista que conmocionó al mundo, pero que lamentablemente no representó un hecho del todo aislado.
Estos sucesos lamentables, pero sobre todo la guerra que no discrimina, ponen en riesgo a millones de niños en el mundo, que cada vez parecen más expuestos a la línea de fuego.
Inocencia interrumpida
Salvador Ramos entró de golpe a la escuela primaria, armado con un rifle AR15, y estuvo dentro del espacio por largo rato. Mató a 19 niños, en una hora y 17 minutos que quedaron registrados en las cámaras de seguridad.
El hecho ocurrió el pasado 24 de mayo en la población texana de Uvalde, Estados Unidos, una comunidad mayormente latina, que debió llorar a niños entre 8 y 11 años, además de dos maestras.
En retrospectiva, y sin sonar alarmista, la masacre de Ramos es sólo la última de las que se podrían registrar en el país norteamericano.
Ya el 14 de diciembre de 2012, en la escuela primaria local Sandy Hook (Sandy Hook Elementary School 7de Newtown, Connecticut, 20 niños murieron a manos de Adam Lanza de 20 años: el 5 de noviembre de 2017 en la Primera Iglesia Bautista de Sutherland Springs (Texas), siete niños fueron asesinados por Devin Patrick Kelley, de 26 años, sólo por mencionar algunos casos de la larga lista.
Sin avances
El caso de Uvalde conmovió al país e incluso al secretario general de la ONU, António Guterres, quien se manifestó “entristecido”, y señaló que era “particularmente desgarrador que la mayoría de las víctimas sean niños”.
Biden hizo lo propio, y proclamó un enfático discurso en contra de la violencia: “Por el amor de Dios ¿cuándo vamos a hacer frente al lobby de las armas?…Estoy harto y cansado de eso. Tenemos que actuar. Y no me digan que no podemos tener un impacto en esta carnicería ¿Por qué seguimos permitiendo que esto suceda? ¿Dónde, en el nombre de Dios, está nuestra columna vertebral para tener el coraje de enfrentar y hacer frente a los grupos de presión?”… poco o nada pasó después de las condolencias.
En junio senadores demócratas y republicanos de EEUU anunciaron el establecimiento de un acuerdo para frenar la violencia con armas de fuego, que incluían el endurecimiento de los controles de antecedentes para los compradores de armas menores de 21 años, el aumento de los recursos para que los estados mantengan ese armamento fuera de las manos de las personas consideradas de riesgo, combatir el comercio ilegal, y financiamiento para la salud mental y la seguridad escolar.
Muchos estados rechazaron el tema, y se volvió atrás con más fuerza. Las promesas quedaron atrapadas en la maraña burocrática y el 22 de julio la Corte Suprema de Estados Unidos reafirmó el derecho a portar armas de fuego en público, como lo establece la Segunda Enmienda a la Constitución.
Por su parte, y en medio de la desesperación, la decisión de los padres fue preparar a los niños para estos desafortunados eventos. El video de una madre explicándole a su hijo qué hacer, con una mochila antibalas de Spiderman, se hizo rápidamente viral en las redes sociales.
Guerra letal
El impacto mediático que tienen hechos sangrientos como el caso de la guardería de Tailandia y la escuela primaria de Uvalde, no son estadísticamente los que más ponen en la línea de fuego a los niños, sino uno incluso más complejo: la guerra.
Un informe de la Organización de Naciones Unidas (ONU) de 2019 señaló que alrededor de 45 niños mueren diariamente en conflictos armados, aún cuando la guerra entre Rusia y Ucrania no había comenzado, y sin contar los que son asesinados, como fue el caso de Tailandia.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), perteneciente al mismo organismo, a finales de agosto, dijo que “al menos 972 niños y niñas han muerto o han resultado heridos por la violencia en Ucrania desde que comenzó la guerra hace casi seis meses, un promedio de más de cinco niños muertos o heridos cada día”.
El ente cree que se ha quedado corto, porque no hay manera de determinar exactamente algunos decesos, y aún así es alarmante, porque se trata de casi uno por día.
Pero Europa no es el único caso. Este lunes el Gobierno de Palestina instó a la Organización de Naciones Unidas (ONU), a ejecutar un plan que aborde la protección inmediata a los niños de ese país, tras conocerse la muerte del menor de 12 años, Mahmoud Samoudi, a manos del Ejército israelí, como reportó LMN.
“Desde principios de 2022, Israel, la potencia ocupante, ha matado deliberadamente a más de 44 niños y menores palestinos. Hoy, Mahmoud Samoudi, de 12 años, ha sucumbido a sus heridas, después que las fuerzas de ocupación israelíes le dispararan en el abdomen, dejándolo en estado crítico hace 12 días en Jenin”, resaltaba el comunicado.
Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han insistido en diferentes oportunidades, que las víctimas menores de edad, no corresponden a ataques direccionados, pero cierto o no, el resultado es el mismo de todos los casos anteriores: los niños siguen estando en la línea de fuego.
