La frase «a todos mis hijos los quiero igual» es una afirmación común entre los padres, pero según dos libros publicados en Estados Unidos, todos tienen un hijo favorito.
Jeffrey Kluger, en su libro The Sibling Effect, asegura que «el 95% de los padres tiene un hijo preferido y el 5% restante miente». Por su parte, la psicóloga Ellen Weber Libby, autora de The Favorite Child, también sostiene que la mayoría de los padres tienen una inclinación hacia uno de sus hijos.
Este tema, aunque apoyado por varios estudios, sigue siendo un tabú difícil de abordar. Los expertos recomiendan no revelar abiertamente quién es el hijo favorito, pero sí es fundamental reconocer internamente esa preferencia.
Según el psicólogo Javier Urra, autor de Educar con sentido común, es esencial darse cuenta de esta inclinación para equilibrar las relaciones con todos los hijos, evitando comparaciones directas.
Ellen Weber Libby señala que el favoritismo suele ser irracional, reflejando las necesidades de los padres en momentos específicos y la relación particular con cada hijo.
Esta preferencia puede tener consecuencias negativas, como la rivalidad entre hermanos y problemas de autoestima. Laurie Kramer, investigadora de la Universidad de Illinois, advierte que los niños pueden aceptar un trato diferenciado siempre y cuando sea justo, pero una atención excesiva hacia uno de los hijos puede generar agresividad y comportamiento antisocial en los otros.
Clare Stocker, psicóloga de la Universidad de Denver, y Guillermo Ballenato, autor de Educar sin gritar, coinciden en que los hijos menos favorecidos pueden desarrollar comportamientos agresivos o incluso depresión.
Los casos de depresión son, de hecho, más comunes entre los hijos que perciben que su madre establece un trato diferenciado entre los hermanos, según el estudio del gerontólogo norteamericano Karl Pillemer.
Este experto estudió las relaciones entre 275 madres e hijos adultos y observó que, ante el favoritismo, todos salían perdiendo.
El hijo menos favorecido desarrolla rencor hacia su madre o hacia el hermano preferido; el favorito, por su parte, no solo atrae la animadversión de los hermanos, también carga con el gran peso de las expectativas maternas, como ocuparse de ella cuando lo necesite.
Los padres pueden inclinarse más por uno de sus hijos por diversos motivos, como la afinidad, la complementariedad, el orden de nacimiento, y la personalidad del hijo. También influyen factores contextuales como la edad de los padres, el estado de su relación, el momento profesional y la situación económica en el momento del nacimiento.
Javier Urra defiende que el favoritismo, aunque natural, debe ser manejado con cuidado para no dañar la autoridad moral de los padres, que se basa en la equidad y coherencia. Asimismo, asegura que los padres suelen tener debilidad por las hijas y las madres por los hijos, basado en el mayor desconocimiento del otro sexo, más que en complejos de Edipo o Electra.
Catherine Conger, de la Universidad de California, descubrió que el favoritismo generalmente recae en el primogénito, con un 65% de madres y un 70% de padres mostrando preferencia por sus hijos mayores.
Esta conclusión se basó en un estudio de 384 pares de hermanos y sus padres durante tres años. Jeffrey Kluger sostiene que el primogénito es frecuentemente el favorito porque los padres invierten más recursos, tiempo y energía en él.
Este enfoque darwiniano, apoyado también por el psicólogo Frank Sulloway, sugiere que los padres favorecen al hijo más fuerte y saludable, percibiéndolo como el que tendrá más éxito reproductivo.
Para evitar sentimientos de favoritismo, Guillermo Ballenato aconseja a los padres mostrar afecto incondicional, potenciar la autoestima y valorar las diferencias individuales de cada hijo.