Montserrat Caballé y Mercury deleitaron al público (Imagen: Google)
Habían pasado solo tres años del mítico concierto de Queen en Live Aid, en el estadio Wembley de Londres, pero ya Freddie Mercury lucía diferente. Los años pasaron de golpe, y un intérprete que parecía tener una década más encima, iba a cantar. Esta vez no estaba solo, estaba con la soprano más brillante del siglo XX: Montserrat Caballé.
Era 8 de octubre de 1988 y sería la última vez que “la mejor voz del rock” pisaría un escenario. El traje de frac con corbata de lazo no tenía nada que ver con la camiseta blanca y el adorno de cuero y púas que llevaba en el bíceps en su concierto más famoso, pero había que verlo, era el mismo líder de una de las bandas de rock más famosas del mundo, y los metales con música clásica eran, al menos, algo inusual.
Bastaron segundos para que el grito de “Barcelona” develara al intérprete que todos conocían. Ni la inmaculada y perfecta voz de Caballé fue suficiente para opacarlo, “el rey de la reina” estaba allí: impoluto, inalterable, perfecto, grandioso.
La presentación fue impresionante, y aunque pocos imaginaban que sería su último concierto, así fue, allí, en Barcelona, con las poses de Freddie, el alma de Mercury, y un mérito más para la leyenda.
La pequeña presentación estaba enmarcada en el “Festival La Nit”, que en ese momento se celebraba en la Ciudad Condal. La canción era la pieza oficial de los juegos olímpicos que se realizarían en tierra catalana en 1992. Ya no estaba con Queen, estaba solo y promocionaba su segundo disco como solista.
Ni la inmaculada y perfecta voz de Caballé fue suficiente para opacar a Freddie Mercury
Eternamente Queen
El último concierto de Freddie Mercury ocurrió poco tiempo después del aniversario de Queen, una banda británica que se formó en 1970 por el cantante y pianista Freddie Mercury, el guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor. Después se uniría el bajista John Deacon.
A decir verdad el grupo musical aún activo con May y Taylor, nunca fue muy valorado por la crítica, sólo la prematura muerte de Farrokh Bulsara (verdadero nombre del vocalista), moderó un poco la severidad con la que siempre fueron tratados por la élite del rock and roll, reivindicación que terminó de cerrar con la película Bohemian Rhapsody de 2018, un tributo al legado de los grandes.
Pero lo que pensara la crítica, que fue igualmente dura con bandas legendarias como Led Zeppelin, Pink Floyd y The Rolling Stones, nada tenía que ver con lo que sentían los fieles fanáticos de la música de “La Reina”.
El grupo era exitoso, y después legendario. En el Reino Unido acertaron en las listas de ventas con álbumes como Sheer Heart Attack (1974) y A Night at the Opera (1975), este último lo puso en el panorama mundial con el super hit “Bohemian Rhapsody”.
Pero fueron los conciertos en los que se destacaron. Puestas en escena magníficas, con luces sincronizadas y un showman como Mercury que corría por el escenario e incorporaba al público en sus canciones, al tiempo que los sorprendía con su destreza al piano y una energía solo comparable con la electrizante experiencia que brinda el imparable líder de The Rolling Stones, Mick Jagger.
La estrella
En 1988, cuando estuvo arriba de un escenario por última vez, pocos sabían exactamente qué le pasaba a Mercury. Cantó maravillosamente bien, y deslumbró como de costumbre, pero ya se le veía cansado, como si cada año valiera un lustro, desde aquella presentación en Aid Live de 1985.
Solo le quedaban tres años más de vida. La prensa ya especulaba sobre lo que le ocurría y la posibilidad de que fuera portador de un virus que entonces era un estigma, un tema tabú desconocido que condenaba al exilio social a los HIV positivo.
Sólo 24 horas antes de su muerte, ocurrida el 24 de noviembre de 1991 a causa de una bronconeumonía complicada por el sida, el ídolo quiso dar un paso al frente, para crear conciencia y sincerarse con todos a través de un comunicado.
“Deseo confirmar que he dado positivo en las pruebas del virus y que tengo el sida. Es hora de que mis amigos y mis fans en todo el mundo sepan la verdad y deseo que todos se unan a mí, a mis médicos y a todos los que padecen esta terrible enfermedad para luchar contra ella” rezaba el escrito enviado a los medios por su publicista.
El aparentemente pequeño paso al frente, fue suficiente para que fuese bandera de la lucha contra el Sida, y para que otros artistas se unieran a una causa que, hasta entonces, había sido condenada a las sombras.
Tres años antes, pocos se imaginaron que ese día de 1988 sería la última vez que una tarima se vistiera de Freddie, pero la interpretación de la canción oficial de los Juegos Olímpicos Barcelona 1992, fue un cierre de oro; eso sí más discreto, más silencioso, pero igual de electrizante como los 30 minutos arriba del Live Aid en 1985, que, sin proponérselo, inmortalizaron a “la mejor voz del rock and roll”.