El cambio climático es un “complot marxista” para enriquecer a China… Esas fueron las palabras del ex ministro de Exteriores bolsonarista, Ernesto Araújo, en el año 2019, frase que definió la línea de acción del presidente Jair Bolsonaro durante el resto de su mandato.
No se trató de un hecho aislado. Las acciones de rechazo al asunto ecológico continuaron, e incluyeron reclamos públicos al actor y activista Leonardo Dicaprio, y negación de que existieran incendios en la Amazonia, cuando se reportaba que el pulmón del mundo estaba ardiendo.
Solo en abril de 2021 el discurso cambió un poco. Durante su participación en la Cumbre Climática, Bolsonaro aseguró que trabajaría para eliminar la deforestación para el año 2030.
Su nueva posición causó suspicacia, en especial porque Joe Biden, presidente de los Estados Unidos, había ofrecido 10.000 millones de dólares para la preservación de la Amazonia, cifra radicalmente superior al presupuesto del Ministerio del Medio Ambiente en el gigante suramericano.
Pero Brasil dio un giro completo y la posición con respecto a este tema ha cambiado.
Sin duda, podría implicar un nuevo panorama para 2023 en favor de preservar el pulmón del mundo, un espacio de al menos 6.7 millones de kilómetros cuadrados de vegetación, que no solo es parte de Brasil, sino de otro países que trabajan en la misma línea como Bolivia, Colombia, Venezuela, además de Surinam, Ecuador, Guyana y Perú.
Un daño muy rentable
Dañar el Amazonas es un asunto con una rentabilidad inmediata muy atractiva, y he allí el gran problema de una situación que por encima podría resultar obvia, pero por los bajos fondos es una máquina inmediata de dinero.
“Prenderle fuego a un área de 1.000 hectáreas vale cerca de un millón de reales (unos 220.000 euros) en el mercado negro. Este cálculo, que aplicado a la cuenta de la devastación en el presente año en la selva amazónica y en parte del Pantanal ascendería a 20 millones de reales o 4,3 millones de euros, forma parte de una investigación de la Fiscalía Federal de Brasil para determinar la participación de grupos de delincuentes en los incendios, los más intensos en la zona en al menos cinco años” dijo Alfonso Benites el 27 de agosto del 2019 en el diario El País de España.
Para el columnista no se trata de un accidente, como confirmó la fiscal general de Brasil para entonces, Raquel Dodge, quien consideró que quemar es una manera simple de “limpiar” los espacios para la construcción, o para la siembra de pasto.
“Los fuegos son reflejo del aumento de la deforestación. La quema aumenta porque la frontera agrícola se está expandiendo", completó la fiscal destinada en Río Branco, en el estado de Acre, frontera con Bolivia, citado por Benites para el artículo de El País, publicado en 2019.
A esto hay que sumar el negocio de la minería, altamente contaminante pero demasiado productivo en materia de dinero.
“La gran riqueza de minerales y de hidrocarburos del Amazonas, es a su vez uno de sus grandes amenazas. El 15 % del bioma amazónico tiene concesiones mineras y contratos para la extracción de petróleo y gas, y las áreas protegidas no son la excepción: más de 800 concesiones mineras se han otorgado en estas zonas y alrededor de 6.800 solicitudes están pendientes para su aprobación” detalla la página web del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés).
La organización continúa explicando que además un “bien” como es el caso del servicio eléctrico, es otra de las grandes amenazas muy “rentables” que debe enfrentar el Amazonas.
“En la Amazonía hay 154 represas para la producción de energía hidroeléctrica y se planea la construcción de otras 277 en los próximos años. Si todos esos proyectos salen adelante, solo quedarían sin represar los ríos Juruá, el Trombetas y el Içá-Putumayo, generando grandes impactos en la ecología, la economía y el clima del subcontinente”, detalla la organización.
A esto se anexan las construcciones de carreteras, el crecimiento de la ganadería, la deforestación, la ampliación de la civilización, que al parecer no comprende del todo el impacto a largo plazo, debido a la compensación financiera inmediata.

Planes verdes
"Estoy hoy aquí para decir que Brasil está listo para unirse nuevamente a los esfuerzos para la construcción de un planeta más sano. De un mundo más justo, capaz de acoger con dignidad a todos sus habitantes, y no apenas a una minoría privilegiada" dijo el presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, durante la cumbre climática de Naciones Unidas COP 27.
El mandatario fue invitado, incluso antes de tomar posesión, después de que insistiera en campaña que Brasil no solo preservaría sus espacios, sino que sería el portador de la bandera ecológica en latinoamérica.
Lula insistió en que no se trata solamente del ambiente, sino de la gente y las costumbres, por lo que crearía un ministerio de los Pueblos Originarios, para una protección integral del bosque tropical más grande del mundo, cuyo 60% de su territorio total está en suelo brasileño.
“Pocos países juegan un papel tan importante para la seguridad climática y alimentaria como Brasil, que posee la mayor selva tropical y, al mismo tiempo, se cuenta entre los principales productores de alimentos del mundo” ha dicho insistentemente el líder del Partido de los Trabajadores.
El presidente electo aseguró que durante sus gobiernos anteriores, la tala de los bosques se redujo en un 83%, y la productividad agrícola de Brasil aumentó simultáneamente en más de un 70%, un trabajo que insistió se revirtió durante el mandato de Bolsonaro.
Pero durante sus anteriores mandatos también hubo desaciertos. En sus administraciones se abrió el país a la ganadería industrial, y las represas se multiplicaron, trayendo beneficios para algunos, pero daños ecológicos considerables.
Sin embargo, para muchos son casos de los que al parecer se ha aprendido, y Lula espera blindar la selva, con un plan de cero deforestación, que podría funcionar con voluntad por un lado, y mano dura por otro. Los tiempos han cambiado y la conciencia ambiental ha crecido.
Pero el reto de Brasil en materia climática es mucho más que complejo. El subdesarrollo golpea fuerte a la nación, y ubica a la ecología en un grupo de temas que no genera demasiado movimiento dentro de los brasileños.
Y no es para manos. El gigante de sudamérica tiene casi 60 años de retraso en cuanto a igualdad social en relación con España, e incluso 35 años atrás si se compara con Uruguay, una nación también subdesarrollada, como detalla un informe de la Oxfam, confederación internacional formada por 19 organizaciones no gubernamentales.
Además de eso, Brasil tiene problemas inocultables en materia de ingresos, inflación, inseguridad, en parte como consecuencia de una pandemia feroz, que desgarró la economía, en una de las administraciones gubernamentales latinoamericanas más cuestionables, durante la expansión del Covid-19.
Al parecer existe la voluntad de mejorar en materia ecológica, y la esperanza de construir y cuidar el pulmón más grande del mundo está latente, pero sólo el tiempo podrá hacer un balance de un asunto que, aunque se ha vuelto popular, no termina de arrancar al ritmo que se requiere.