Jeremy Sharp, coordinador de alcance de Students for Sensible Drug Policy, aseguró que más o menos cada 10 o 15 años, se produce una epidemia de una droga distinta: primero fue la heroína, luego el crack, después las metanfetaminas, más tarde los opioides y ahora el fentanilo.
“Al considerar y atender cada crisis como si fuesen causadas por una sustancia concreta —sin comprender por qué persiste la adicción— perdemos la oportunidad de dirigir las políticas a reducir los daños asociados”, explicó.
La heroína fue el demonio de las drogas en la década de 1970; el crack, en la de 1980; la heroína, otra vez en la de 1990; la metanfetamina, en la de 2000; los opioides con receta, en la de 2010; y ahora, el fentanilo.
Según Sharp, una de las razones que explican este patrón, puede ser la creciente visibilidad de los daños asociados al consumo, en los medios y —quizá más importante— entre los familiares y amigos.
“Lo que provoca su disminución es normalmente una serie de cosas, pero una de ellas suele ser el surgimiento de una percepción negativa de una droga concreta” dijo.
Eso es lo que parece ocurrir ahora con los opioides, dada la tasa de mortalidad extraordinariamente alta.
“No existe el fentanilo chic: la droga se relaciona públicamente con la muerte súbita, la mendicidad y las infecciones cutáneas, no con la diversión. Por eso la gente joven está muy preocupada”, dijo Sharp en una entrevista al The New York Times.
Es de destacar que quienes se vuelven adictas están lidiando con la desesperanza, el trauma o la enfermedad mental, y muchas veces con las tres cosas.
“Este dolor económico y social es el elemento común de todas las crisis de consumo de drogas, y mientras los legisladores no prioricen la mitigación del estrés que provoca que personas y comunidades concretas sean especialmente vulnerables a la adicción, este ciclo vicioso no hará sino continuar”, concluyó.
