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Mucha porno y poco placer sensual: nuevo opio del pueblo

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Foto: nuevatribuna.es

Desde los babilonios, las imágenes sexuales explícitas han sido expuestas para excitar a quien observa: sin embargo, con la aparición de internet, la pornografía se convirtió en un negocio milmillonario que explota a sus trabajadorxs, impulsa conductas inapropiadas (más allá del tema moralino) y moldea el “performance” del planeta de una forma estereotipada, y alejada del abanico creativo del placer.

A pesar de que las primeras imágenes sexuales explícitas de las que se tiene conocimiento datan del siglo III a.C (descubiertas en el siglo XVIII en Pompeya, Italia), la pornografía -tal y como la conocemos y entendemos hoy día- viene dada a partir de la invención de la fotografía en 1839.

Ya en la década de 1850, los pornógrafos produjeron -en estudios caseros y clandestinos- toda una serie de imágenes fotográficas, que mostraban desnudos femeninos y parejas en posiciones sexuales (algunas lésbicas).

Uno de esos pornógrafos fue Henry Hayler, un fotógrafo londinense cuyo estudio fue allanado por las autoridades en 1874, y debió escapar a Nueva York dejando atrás más de 120 mil “imágenes obscenas”, según el reporte policial.

La primera fotografía de sexo oral de la que se conserva registro es del año 1890.

Luego, con la invención del cinematógrafo, la pornografía tomó movimiento y empezaron a exhibirse clandestinamente las primeras películas (conocidas como stag films) asociadas a los prostíbulos a los que solo podían acceder aristócratas, políticos de altos cargos y varones miembros de la realeza.

Del kiosko (pagando) al hogar (gratis)

El término pornografía proviene de las palabras griegas “porne” (prostituta), graphein (grabar o ilustrar) y el sufijo ίa (estado de) y significa: grabado (o ilustración) de las prostitutas o de la prostitución. El uso más antiguo de esta palabra se remonta a 1800, en idioma francés.

El consenso asegura que la pornografía –o porno- se refiere a todo material hecho conscientemente -y para tal fin- que muestre de forma explícita los genitales, o represente actos que provoquen excitación sexual en el receptor. Puede tratarse de imágenes impresas, audiovisuales, literatura y audios.

Y estas imágenes, que por décadas se habían mantenido deambulando a hurtadillas, empezaron a publicarse sin restricciones desde 1991, cuando la World Wide Web las dispuso en línea y a solo un click de distancia.

De hecho, en EE. UU. –cuna mundial de esta industria- hubo hasta la aparición de internet cerca de 90 revistas “para adultos” (era difícil encontrar en el mismo lugar más de una docena de títulos) y, solo seis años después, en 1997, ya había alrededor de 900 sitios de pornografía on line.

Para tener una idea de hoy en día, valga decir que el software protector para menores CYBERsitter, está capacitado para bloquear 2,5 millones de sitios pornográficos.

Industria del “entretenimiento” para adultos

Este negocio mueve más de 4 mil millones de dólares al año en internet, y ha penetrado escandalosamente en la sociedad, aunque tiendas de aplicaciones como Apple o Google Store están en su contra, al igual que Visa y Mastercard.

Solo Pornhub -la web más popular del planeta- recibe un promedio de visitas diarias de 130 millones de personas. ¡casi la población total de México!, y de ellos el 86% lo hacen desde sus teléfonos celulares.

A pesar de las cifras, y que, a simple vista, la vida de los actores y actrices de la pornografía pudiese parecer casi glamorosa (ahora no solo en las películas sino en las redes sociales), existen muchos lunares que evidencian lo contrario: suicidios, adicciones, agotamiento físico y estrés, es el cóctel fatal para algunos de estos cuerpos mercantilizados.

Por ejemplo, en 2018, en solo cinco meses se suicidaron siete famosas porno stars mujeres, y desde entonces se registran al año, por lo menos, cuatro pérdidas de vidas por propia mano o sobredosis.

“La forma en que la sociedad nos mira y trata, por hacer lo que hacemos para ganarnos la vida, nos deprime”, reveló en una entrevista de HollywoodLife.com, Ginger Banks, una reconocida actriz del rubro.

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Las visitas se disparan cuando se caen las plataformas de redes sociales

Cosificación y trato degradante

Aunque al fin y al cabo se trata de actuaciones –lxs trabajadorxs de las pornos interpretan personajes- las conductas sexuales agresivas, juegos de roles binarios y la cosificación de los cuerpos, entre otros, impulsan la degradación del ser humano y desdibujan las múltiples posibilidades de las relaciones sexuales consensuadas.

Los expertos explican que el modelado conductual del aprendizaje está también en las conductas sexuales que vemos, así que, lejos de defender posiciones puritanas o moralistas, “la preocupación está en erotizar sin criterio la violencia y que esta se traduzca a los vínculos cotidianos”.

Aseguran que el “guión pornográfico”, siembra dudas en cuanto al rendimiento y a la vigorosidad en los hombres –además deben ser XL- y en la imagen corporal en las mujeres –deben tener físicos espectaculares-.

Performance Vs. Realidad

La escritora y activista contra la violencia sexual, Amelia Tiganus, explicó que la pornografía refuerza esterotipos y un modelo de masculinidad que es una paradoja, dado que a los hombres parece que se les otorga poder sobre las mujeres, pero, a la vez, “es un poder que debe ser validado constantemente y eso genera estrés”.

Además, la pornografía actual proyecta una actividad que carece por completo de imaginación, convirtiendo lo que ven en pantalla en una conducta sexual estándar:

  • Impulsa a que los hombres y las mujeres deben siempre “ir al grano”, sin juegos previos.
  • Inculca la visión de que el buen sexo requiere de posiciones extremas.
  • Crea la idea de que todas las mujeres son multiorgásmicas.
  • Da la idea de que el sexo fuerte les gusta a todas las parejas, y que el enfoque debe estar en los genitales y la penetración.

Además, propone que el disfrute de las mujeres consiste casi exclusivamente en complacer “al macho”.

Fiesta del Eros

Es difícil no sentir excitación frente a la pornografía, aun teniendo conciencia de que se trata de un negocio globalizado que impulsa una sola perspectiva: el “erotismo” monetizado como necesidad fisiológica masculina y cosificadora de sí mismo y del otro.

Sin embargo, como los demás placeres de la vida, el sexo puede ser un deleite -similar a la gastronomía o la música- o estar execrado y deambular errático y en harapos por las calles de la mera necesidad y satisfacción momentánea -como la comida chatarra o la música prefabricada-.

La invitación es a entender el disfrute del placer de formas distintas, y con todos los sentidos.

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